jueves, 7 de junio de 2012

Parte 11

Esa tarde los ánimos no estaban para hablar de alcantarillas ni nada por el estilo, así que ninguno de los del grupo de exploración dijo nada del asunto y entre todos se limitaron a esperar la noche lo mejor posible.
Ese fue un día negro para todos. Uno de esos día que uno piensa que era mejor no haberse levantado y a casi todos, en algún momento, se le pasó por la cabeza la idea del suicidio. Después de lo sucedido, era fácil creer que no había solución. Tan sólo los niños parecían ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor, jugando entre ellos sin más preocupación que la de no "quedarla".
El día siguiente amaneció claro y despejado, ni tan solo una nube, permitiendo ver el cielo de un color celeste tan intenso y agradable que a todos les hizo tener buenos presagios confiando nuevamente en un futuro mejor para todos. Las negras ideas del día anterior se desvanecieron como el humo de una vela cuando se apaga, dando lugar a la esperanza y a unas renovadas ganas de vivir.
Tras el desayuno, por fin se decidieron a explicar al grupo lo que habían observado durante su “visita turística” por las alcantarillas y aunque no faltó quien aún ponía reparos a esa idea, al final se votó y se decidió que era la mejor opción de todas las que tenían en ese momento.
Era eso o aventurarse por las calles y arriesgarse a una encerrona de la que difícilmente saldrían.
Lo harían de la siguiente manera:
Sólo iría un grupo reducido. Tomás y Gabriel eran indispensables y además de ellos serían necesarios unos 5 ó 6 voluntarios. Nada más. Mientras más fueran, más llamarían la atención y más riesgo de fracaso correría la misión.
El resto esperaría su regreso, aunque sin saber cuánto podían tardar. Todo dependería de lo que se encontrasen al llegar e incluso se barajaba la posibilidad de no encontrar nada y regresar con las manos vacías, pero había que intentarlo.
Intentarían llegar por la M-50 hasta Las Rozas y una vez allí pararían a unos 4 ó 5 kilómetros de su destino, se adentrarían en el subsuelo e intentarían salir por alguna boca cercana y si era por alguna que existiese en su aparcamiento, pues mejor.
Después de avituallarse y armarse lo mejor posible, se despidieron de sus familias y se pusieron rumbo a la M-50, rumbo a lo desconocido, rumbo a una aventura en la que no se esperaban encontrar lo que encontraron.

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